lunes, setiembre 19, 2005

Los perros hambrientos

Y una vez dijo el Pancho:
- Este yaraví jue diun curita amante...
-Cuenta -rogó Antuca.
-Un cura dizque taba queriendo mucho onde una niña, pero siendo él cura, la niña no la quería onde él. Y velay que diun repente murió la niña. Yentón el cura, e tanto que la quería, jue y la desenterró y la llevó onde su casa. Y ay tenía el cuerpo muerto y diuna canilla el cuerpo muerto hizo una quena y tocaba en la quena este yaraví, día y noche, al lao el cuerpo muerto e la niña... Y velay que puel cariño y tamién po esta música triste, tan triste, se golvió loco... Y la gente e poray que oía el yaraví día y noche, jue a ver po qué tocaba tanto y tan triste, y luencontró al lao el cuerpo muerto, ya podrido, e la niña, llorando y tocanto. Le hablaron y no respondìa ni dejaba e tocar. Taba, pues, loco... Y murió tocando... Tal vez pueso aúllan los perros... Vendrá lalma el curita al oir su música, yentón los perros aúllan, poque dicen que luacen así al ver las almas...
(I, Perro tras el Ganado, "Los perros hambrientos")
(...)

... Que se llamen así, pue hay una historia, yesta es quiuna viejita tenía dos perros: el uno se llamaba Güeso y el otro Pellejo. Y jue quiun día la vieja salió e su casa con los perros, yentón llegó un ladrón y se metió bajo e la cama. Golvió la señora po la noche y se puso a acostarse. El ladrón taba calladito ay, esperando quella se durmiera pa augala silencito sin que lo sientieran los perros y pescar las llaves diun cajón con plata. Y velay que la vieja, al agacharse pa pescar la bacenica, le vio las patas ondel ladrón. Y como toda vieja es sabida, ésa tamién era. Yentón se puso a lamentarse, como quien no quiere la cosa: "Yastoy muy vieja; ay yastoy muy vieja y muy flaca; güeso y pellejo no más estoy", Y repetía cada vez más juerte, como almirada: "¡güeso y pellejo!, ¡güeso y pellejo!". Yeneso, pue, oyeron los perros y vinieron corriendo. Ella les hizo una señita y los perros se juera contrel ladrón haciéndole leña...
(II, Historia de perros, "Los perros hambrientos")
(...)

Cuando era una niña muy pequeña (¡Cielos, parece ayer!) disfrutaba con afán y también caía presa del suspense cada vez que mamá o Tatita me referían, a pedido mío, antes de dormir, aquel par de fragmentos extraídos de entre las páginas de "Los perros hambrientos", novela escrita por, la pluma e imaginación, el escritor liberteño Ciro Alegría. Cada una -mamá y Tatita- tenía una manera muy particular y distinta de relatármela. Mientras que mamá se ceñìa con estricta justeza al texto original y añadía como parte de su cosecha personal énfasis en algunas frases y explicaciones pertinentes, Tatita, prefería usar un lenguaje claro, carente de matices, totalmente plano.

Me resultaba sumamente atractivo y envolvente oir cada palabra proferida por la boca de mamá. Parecía escuchar y oir un lenguaje nuevo, cuasi infantil y perfectamente entendible gracias a sus explicaciones y obviamente, a las lecturas previas. De manera natural caí en cuento de algunos modismos empleados en pueblitos del interior de la República y que más tarde pude constatar in situ.

A Tatita le resultaba un drama explicarme sobre lo lícito e ilícito de ciertas palabras contenidas en aquel texto sólo dignas, según ella, de personas sin educación, sirvientes o simplemente de "cholos". Yo, no era de protestar ni de pedir explicanciones en aquel entonces, pero, me mostraba, naturalmente, confundida por las contrastantes opiniones de ambas.

La historia del curita que se volvió loco de amor me causaba mucho miedo pero eso no impedía que se la solicitara como primera historia de la noche a mamá. De manera pausada, clara, leía el texto o me lo recreaba. Yo imaginaba a Pancho relatársela a su vez a una Antuca provista de una larga pollera, trenzas largas y una chapitas muy coloradas. Cubría mis ojos con una mano y con la otra cogía con gran fuerza la cobija cuando, de la misma manera, venían a mi imaginación los rostros del curita y de su amada... Luego, para distender, le pedía que me contara la historia del ladron que de manera inopinada invadió la habitación de una viejita solitaria. Pero no estaba del todo sola pues con venían a su auxilio sus perros. Me reía, a mandíbula batiente, con el merecido final. Por si acaso, pedía a mamá verificar que debajo de mi cama no se ocultase nada ni nadie.

Después de que mamá se "fue", la encargada de contarme esas historias fue Tatita. Ella, como ya adelanté, me las contaba de memoria usando un castellano claro y castizo, con expresiones elegantes y sinónimos rimbombantes. La historia entonces, perdía gracia, efecto, sentido y todo ese encanto natural, silvestre, primigenio, que me seducía. Cuando le regañaba por apartarse del texto original, ella, me replicaba, diplomáticamente, que no era recomendable para una persona en fase de instrucción, como yo, lidiar, sin armas, con aquellas palabras y frases poco ortodoxas. Ella, tenía la idea preconcebida y heredada familiarmente de que la diferencia entre una persona de bien y otra con una orientación opuesta radicaba no sólo en la parte económica sino, en gran medida, en el buen uso del lenguaje; lo que es normal para uno, era malo para otro y que no podía ser parte del común de la gente adoptando vocablos corrientes y vulgares; los malos ejemplos cunden y está en nosotros saber evadirlos. Finalmente, decía que sólo el tiempo y la educación me darían la suficiente capacidad de discernimiento al respecto y mientras tanto tenía que dejar mi educación en sus manos.

Mi abuela me corregía cada vez que, según ella, hablaba como una "chola". Y cuando lo hacía, lo hacía -valga redundancia- de una manera tan sutil y cariñosa que en lugar de sonar a reto se asemejaba a una caricia. A pesar de lo "pesada" que muchas veces resultaba, a la abuela, jamás le oí porferir alguna frase de desprecio ni humillar directamente a otra persona por sus orígenes, ¿hipocresía?, no creo, creo, en todo caso que se deba a una cuestión de educación; pero, no se cansaba de corregir a medio mundo.

Después de varios años tengo, entre mis manos, una copia de "Los perros hambrientos" y mientras lo leo con devoción y nostalgia, no puede dejar de pensar en que, si en lugar de usar aquellos modismo, Ciro Alegría, hubiese usado un castellano castizo el libro me hubiese resultado tan envolvente, tan rico expresivamente hablando... Creo que no. Está perfecto. Hacer un parangón sería una ofensa grave contra el autor y su obra que en nada ofende a la cultura de un pueblo mestizo como el nuestro. Quizá el problema no sea la falta de identidad sino de aceptarnos tal y como somos.

Cuestión aparte, ahora puedo rescatar con más detalle el trasfondo del libro; me parece basada en la biblia con personajes sanos, rodeados de una naturaleza apacible y paradisíaca, y que poco a poco todo eso se va destruyendo por su propia mano.