sábado, octubre 01, 2005

Los Cuentos de Mamá Osa

mamaosa


Todos los niños de la casa le llamábamos "Mamá Osa". Su verdadero nombre era Renata, pero le encantaba que le llamaran "Mamá Osa": "Mamá Osa, por favor, nos cuentas un cuento...", "Mamá Osa, cuéntanos el del Marinero...", "Mejor, cuéntanos el del `Muerto`...", "Mamá Osa no hagas que te roguemos..., dále Mamá Osa...". Y Mamá Osa moviéndose lentamente se acomodaba en el centro del enorme sillón...

Mamá Osa no era mamá, se había quedado para "vestir santos" y criar sobrinos como decían todos en la familia cada vez que se referían, burlonamente, a ella. "Mamá Osa está loca", repetía alguien por ahí y callaba tan pronto cuando sentía decenas de miradas condenatorias sobre él. Mamá Osa se entristecía cada vez que escuchaba esa palabra: "Loca".

La he visto desde que recuerdo en casa de tía Camila y siempre rodeada de niños. A pesar de que no hablaba mucho ni lucía animosa nosotros la buscábamos. Cada vez que nos dirigía la palabra, lo hacía con una voz infantil que denotaba mucha dulzura e inocencia. Parecía disfrutar con tan alegre y menudo desbande alrededor suyo.

Personas mayores que la conocieron de niña, me cuentan que fue muy hermosa: Gordita, blanca, risueña y que sus padres la llamaban "Mi pequeña osita". Un hecho trágico, en el seno familiar, la tornó mustia y ensimismada. Su alegría se apagó repentinamente como la luz de una vela ante un viento impetuoso... "Osita", creció enclaustrada dentro de cuatro paredes; en una habitación llena de muñecas, osos de peluche y cuentos infantiles...

Pasó el tiempo y ya no le llamaban "Osita", sino Renata u "Osa". "Osa" parecía encantarle y se quedó con ese apelativo de por vida. "Osa", también, se quedó en los cinco años pero encerrada en el cuerpo de una mujer de cuarenta. Siempre lucía triste, callada, ensimismada y sólo reaccionada cuando los niños le pedíamos que nos contara un cuento. Sólo en ese momento, su mirada, antes apagada y lúgubre, brillaba con gran incandescencia, y tanta que iluminaba toda la habitación. Todos, estábamos al pendiente de cada una de sus palabras. Un seseo constante, que salían de sus labios, invadía el ambiente. Hablaba muy bajito, gesticulada exageradamente, su voz parecía un hilito. Aquel seseo nos recordaba a un viento suave que acariciaba nuestros oídos...

Sus ojos enormes -oscuros como la noche-, sus gestos de niña, la volvían una más de nosotros. Entre frase y frase dejaba un enorme hueco, despertando nuestra total atención. "Mamá Osa" en el centro del sofá y decenas de niños apiñados e inquietos que la rodeaban, que se peleaban por estar cerca suyo y oir sus cuentos entre susurros y seseos. Sus historias parecían repetidas, pero a nosotros poco o nada nos importaba. Nos contaba el cuento del Marinero: que estando pescando en un pequeño bote cerca de su casa fue arrastrado por una corriente y llevado a mar abierto..., un mar bravo, lleno de tiburones y sirenas. Tuvo que darle diez vueltas y media al Mundo para recién llegar a su hogar y darse cuenta de que toda su familia ya había muerto. Compungido, triste, se volvió a la mar dispuesto a seguir dándole vueltas al Mundo y esperando encontrar, en alguna de ellas, a su familia... Estos cuentos, historias, nos dejaban con el corazón en la boca... Ahora le pedíamos, rogábamos, que nos contara la historia del muerto. Sólo después que callábamos empezaba a contarla: Era un tipo borrachín y despreocupado que de tanto vagar y beber sufrió un accidente en el que murió... Él, no se había dado cuenta de que estaba muerto... Sus amigos se apartaban de él, espantados, y le repetían "¡Ya estás muerto, vete, vete!". Sin embargo, él, "muerto de risa" no les hacía caso y proseguía su camino. Andaba de taberna en taberna y en ninguna le querían atender: "es de muy mala suerte atender un muerto...", oía repetidamente. Y cansado de vagar en la noche y de no encontrar un sólo amigo y menos un vaso de licor se fue a su casa. Se sentó sobre una desnuda cama, desde la cual podía mirarse en el espejo. Sin embargo, ahora, no veía su reflejo... Asustado se miró las manos y tampoco las vió..., se recostó sobre la cama dispuesto a hacerle caso a lo que la gente y sus amigos decían... Historias extrañas, raras, en una voz, que cuando la historia avanzaba, se volvía extraña y rara, acompañada de una sonrisa, también, extraña y rara... Mamá Osa, parecía disfrutar de la atención que concitaban sus historias y cada vez las hacía más largas como un laberinto sin salida...

Mamá Osa, murió de improviso. Como uno de los personajes de sus cuentos tuvo un muerte extraña. Mamá Osa se fue, pero sus historias vuelven cada noche en el seseo del viento...

1 Comments:

Anonymous Anónimo Dijo...

Mama Osa con una dulcura angelical siempre recordara aquellos bellos momentos de felcicidad de tristeza y mas a los pequeños que de alguna manera ayudana aque no se sienta solita, mama osa desde el cielo vera, cuidara y protegera por vuestra familia.
Descanza en paz mama osa.

12:23 p. m., octubre 01, 2005  

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