Burdel (cuento no infantil)
Por Beatriz Neumann
Un constante chirriar acompaña a cada uno de sus pasos. Los peldaños desvencijados, a pesar del tiempo y el comején, conservan azarosa solidez ante el peso de su cuerpo; las maderas ceden, crujen, porfían y al final, resisten. Su voluminosa y enorme figura asciende remolonamente. Agotado, se detiene a descansar, mientras, apoya una de sus manos en una deleznable barandilla. Sus resuellos, casi animalescos, copan el ambiente y se apostan en cada rincón del lugar. Con la mano libre, rebusca entre sus bolsillos y extrae un arrugado y sucio pañuelo que restrega violentamente sobre su frente y sienes recubiertas de sudor. Su corazón, late aprisa, casi a punto de estallar, y aquella renuente sensación de vértigo le invade por enésima vez...
Recuperando el aliento, continúa la ascención. El último peldaño, tan próximo, le instiga a seguir y acelerar el paso. Las luces mortecinas descubren un largo pasillo que luce tan descuidado como los demás ambientes de la casa. Sólo un cuadro de aspecto grotesco honra a las desnudas paredes. Al final de aquel tétrico pasillo, una puerta entreabierta le invita a pasar. Muchas veces ha subido aquellas escaleras, ha atravesado éste pasillo y cruzado el umbral de aquella puerta. Sin embargo, ahora sentía sus pasos más pesados. El taconear de sus pasos anuncia su llegada.
La habitación es sencilla y pobre, muy pobre por donde se le mire. La tenue luz de un candil apoyado sobre una silla, que también sirve como mesita de noche, alumbra el lugar. Sentada, quieta y con un aspecto espectral, sobre un destartalado camastro, una mujer, le observa pasar. No es ni muy joven ni muy vieja, sin edad aparente y sólo se limita a observar cada uno de sus pesados pasos. La mujer, parece una estatua de otro tiempo, envuelta en un camisón rasgado y anacrónico; no parece sorprendida y menos asustada, sino, resignada, mientras él se le aproxima. No median palabras. Cada quien asume su propio rol.
Ella, forzando una sensualidad de antaño que sólo mueve a la lástima se recuesta, maquinalmente, sobre un crepitante y nauseabundo lecho, se abre de piernas, se recoge el camisón y esboza una sonrisa que fácilmente se confundiría con una mueca de dolor. La luz próxima a su cara, permite ver con detalle su ajado rostro. Luce como una flor marchita, castigada por los años y por cientos de cuerpos que desfilaron sobre ella.
Él, parece ignorarla. Se desnuda torpemente. Le cuesta retirarse los zapatos. Ella, presurosa, corre a socorrerle. Él, la aparta con brusquedad y de un empellón la derriba sobre el borde de la cama.
La tenue luz, permite observar una figura deforme: su vientre abultado, fofo y aquella mata indócil de cabellos ocultan su sexo. Ella, se acomoda sobre el lecho...
Torpes escarceos remueven la cama que parece a punto de desplomarse. Ella, se siente sofocada por el peso y los hedores que emanan de su ocasional acompañante. No siente nada, sólo finge placer para no contrariarlo. Acaricia su espalda y resopla en sus oídos. Él, bufando, parece disfrutarlo. Un movimiento espasmódico y un grito destemplado anuncian el final del acto. Permanece buen rato sobre ella, recomponiendo sus fuerzas y soltando imprecaciones. Ella, resiente el enorme peso pero no protesta; callada y pensativa, sólo espera.
Por fin ha retirado su cuerpo y se ha tirado de espaldas a un costado. Ahora, parece con prisas. Busca su ropa, se viste y busca algo en sus bolsillos. Coge un billete y se lo arroja con desprecio. Ella, coge el billete y lo contempla tristemente; "cada vez menos", parece decir. Él, reparando en su reacción, la mira con disgusto, le insulta y la emprende de golpes. Ella, siempre callada, no emite un quejido y soporta estoicamente la azotaína. Sólo cuando la ve sangrar interrumpe su agresión.
Termina de vestirse y se va, no sin antes soltar una terrible carcajada... Hace tiempo que, ella, quería cambiar de vida pero se sentía obligada, por el hambre y las circunstancia, a seguir adelante. Sentada, limpiándose la sangre con el revés de la mano; parece, ahora, decidida que, éste será el último día...
Las risas burlonas y las imprecaciones siguieron oyéndose por todo el pasillo, aguijoneándole los oídos. Ella, respirando ansias, frustaciones, dolor, rencor se levanta de un brinco y se dirige a su encuentro. Lo observa al borde de la escalera y a punto de descender el primer peldaño. No le da tiempo para más y lo empuja con gran violencia. Él, siente el vértigo y se sumerge en una eterna caída. No siente dolor, no siente nada; solo siente que la vida se le va, mientras, contempla, en lo alto, una figura conocida. Ella, le da la espalda y regresa a su habitación. Ya lo tiene decidido... Quizá, ya es hora de empezar a morir...
6 Comments:
me encanto pasear x ste bosque de palabras y sentir la brisa de tu inspiracion en ste cuento...muy buneo
una vez estoy por aqui y me voy feliz.. gracias por tus escritos bea¡¡
cuidate
cariños¡¡
muy bueno el cuento....
por cierto no sabía q te hubiera gustado mi radioblog!
tengo curiosidad de cómo lo pirateaste, pero claro que tratándose de ti, no hay problema y hasta es un halago.
¡Que buen relato!, Muy buena forma de empezar la mañana... :)
"Die, bastard!!!"
Muy bueno el cuento. Tal vez en alguna parte de nuestro planeta esté pasando eso mismo que relatas.
Increiblemente al poner la palabra "desamor" en un buscador de imagenes para el último relato que escribí me encontré con este blog que era muy similar al mio tanto en lo visual como en lo retórico. Al leer tu úlitmo de relato, de una narrativa rápida, penetrante, fuerte y a la vez sensible,mi mente se comprometió a leer tus otros relatos para palear mi hambre de lectura.
P.D: Espero humildemente que entres a mi Blog y leas alguno de mis pensamientos.
Chao!
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