Me gusta cuando callas...

(Gracias, Lady_Mafis)

Muchas personas piensan que la mejor manera de defender sus posiciones e ideas es atacando... Me viene a la mente la imagen de un león acorralado, con las garras en ristre, desgarrando a todo aquel que se le aproxime con buenas o malas intenciones. Por mucho tiempo actué como una leona herida (en su orgullo) y enjaulada que veía como enemigo a todo aquel que no comulgara con mis ideas: "O estás conmigo o puedes irte al carajo", parecía resumir mi filosofía de entonces. Obviamente, para que haya una guerra tiene que haber dos y si estos se muestran obstinados e inconsecuentes, pues, se produce la de nunca acabar. Una actitud a la defensiva te hace vivir al pendiente del que dirán y siempre estar dispuestos a responder y dar batalla hasta quemar el ultimo cartucho y salir derrotados... La obstinación, la terquedad es como un auto chocón, cuyo fin solo son las embestidas y desavenencias. Transigir, era una palabra que no existía en mi diccionario interno, ahora sí. Punto y aparte.

Cuando era pequeña demostraba casi nulas aptitudes para las labores manuales. Si existen personas, torpes al bailar, con dos pies izquierdos, pues, en mi caso, pienso yo, nací con las manos al revés, metafóricamente hablando por supuesto. No me vayan a imaginar como una fenómeno o una Hannibal Lector o algo mucho peor. Mis dedos y manos parecían tener la habilidad de hacer todo lo contrario a lo que mi mente dictara. Las insufribles clases de tejido, en el primer grado, constituían una verdadera tortura china (o mucho peor: escuchar "Tortura", la canción de Shakira, repetidas veces; una autentica tortura). Mis dedos se entrecruzaban o torcían. ¿Artritis?. ¡No que bah!. Simple indisposición para trabajos manuales. Solución inmediata: Buscar una excusa para mandar a la mela las clases (dolor de cabeza u ojos). Lecciones de flauta dulce, guitarra, piano: un fiasco. Hasta los ocho años me ataron los cordones de las zapatillas. Prefería usar botas sin cuerdas ni cordones; solo cremalleras. Me gustaban las botas negras con las que aparezco en la foto que no combinaban con nada pero las usaba con todo. Aparte no me ponían en evidencia a la hora de hacer un nudo. Como ven, fui postergando muchas cosas que al final se convirtió en una enorme e inmanejable bola de nieve.

Me costó, y mucho, aprender hacer un nudo; me costó, y mucho, enhebrar una aguja y coser; me costó, al final, hacer muchas cosas pero lo que más me costó fue, aprender, a dominar mi carácter. Y no creo porque haya difícil sino porque me había acostumbrado a ciertos comportamientos que hacían, en verdad, difícil la transición. Primer paso, reconocer mis falencias: Harto difícil. Segundo paso: enmendarlas.

Terca, obstinada, dueña de la verdad, negada a oír consejos y comentarios de cualquiera me transformaron en una pequeña criatura inaccesible y solitaria; en la peor enemiga, si se diera el caso. No era hipócrita, era demasiado directa y en momentos de lucha exterior e interior sacaba a relucir absolutamente todo mi arsenal. Jamás llegué a la agresión física; mi "fuerte" eran las palabras que quizá resulten las armas más poderosas para agredir y golpear donde más duele. ¿Arrepentida?, Sí. ¿Cargando culpas?, ya no. Me cuesta aceptarme tal como soy pero le hago el intento. Ahora, cuando me siento atacada callo, pienso y... no respondo. Por lo menos, ya no lo hago en caliente. Me ha costado, y mucho, refrenar mis ímpetus (solo los malos) para actuar, ahora, con más cordura y criterio. Antes, me costaba perdonar; ahora, lo intento. Antes me costaba aceptarme y aceptar mi suerte; ahora, lo intento. Las buenas intenciones se pierden, si son solo eso: buenas intenciones; hay que convertirlas en hechos. Hay que perseverar, terminar todo lo que empezamos, aceptarnos tal y como somos, no ser tan exigentes con nosotros mismos a la hora de juzgarnos, no caer con ductilidad en la beligerancia y el principal: Actuar.