Armonía desconocida

Imagina un espacio, un espacio rodeado de cuatro paredes; un estante, un estante atiborrado de archivos que se hunden en una armonía desconocida y ofenden a los ojos y sentidos; un escritorio, un escritorio que la incuria ha recubierto de hojas de papel de todo tamaño que se arremolinan y aniquilan cualquier vestigio de orden y ponderación. Apoyada, mi frente desnuda, sobre el borde del escritorio café, elucubro sueños, fantasías y quimeras que emancipadas trasponen lo tácito y se visten de realidad y esperanza, me apresto a describir lo que mis ojos ven y mi alma siente. Una ventana, una ventana que, sin encono ni petulancia, consiente el paso de la luz, una luz tenue y marchita que se deposita con bizarro denuedo sobre cada uno de los objetos que yacen, inertes, en la habitación.

Alejadas, mis noches virginales, mis noches de lunas antojadizas, de apraxia, de sabanas tibias que me sometían a deseos y predicamentos no santos; alejadas, como fantasmas enfundados en patéticas sabanas ante la incredulidad, me someto a lo que mente diga y mis dedos dibujen.