sábado, julio 16, 2005

...Asustada, incómoda, sintiéndome como un pez fuera del agua y de la vía láctea. Tres minutos hace que se fue mamá; tan acostumbrada a sus idas y vueltas que no hice el menor esfuerzo en retenerla. Todavía siento en mi mejilla la presión de sus labios al despedirse.

Me arreglo preocupada el cerquillo, que recubre mi frente, desordenado por el viento extrínseco. Vuelvo a mi posición original: derechita, tensa y cogiendo con una mano la muñeca de la otra. Mi mirada nerviosa se pierde en la alfombra floreada, como tratando de ubicar en ella una presencia conocida que me devuelva la tranquilidad extraviada.

Todo alrededor luce calmo, una calma tétrica. Una frialdad pétrea se ha depositado en cada uno de los objetos que yacen en la habitación: los jarrones cubiertos de flores mustias de tiempos inmemoriales guarecen flores tímidas, que como yo, lucen incómodas... el tiempo, encerrado en el reloj de pared, en marchas forzadas acelera su paso y se deposita en mi pecho.

Sentada, en un sillón de cuero, quieta, tan quieta que parece ser parte del decorado, aparece Tatita. Su mirada dura y fría de días anteriores se ha tornado tierna, ahora. La miro a instantes... me parece reconocer en su fisonomía ciertos rasgos familiares. Es la primera vez que la miro con detenimiento, si podría decirse... me parece conocida y cercana. Clavo mis ojos negros en el celeste cielo de los suyos y me veo navegando en un lago indolente que desaparece cada vez que pestañea. Bajo la mirada, pero el recuerdo de sus ojos quedan fijos en mi retina. Siento su voz grave que me llama: "Beatriz, ven... ven aquí nenita". Cierro mis ojos, respiro profundo, mis ojos se humedecen de un rocío albo. Deseo llorar, mi respiración se hace profunda y entrecortada, afloran mis sentimientos en un manantial de lágrimas y voces que huyen sin remedio...

Tatita se acerca con prisa, me levanta con algo de esfuerzo y me abraza. Apoyos los brazos en su cuello y sus siento sus mejillas calientitas que se humedecen con mis lágrimas. Su voz ronca retumba en mi oído:"Tu no tienes la culpa de nada, Bebita...".

Tranquilidad ahora, mi alma en su lugar, aunque cierta tristeza se centra ahora en mis zapatos de charol, cubiertos de arena... salto del regazo de tatita y procuro limpiarlos con los dedos. Me saco los zapatos y los sacudo sobre la alfombra. Miro a Tatita, parece a punto de montar en cólera... cierra los ojos, respira, se parece a mí y después... sonríe: "Lo limpiaré luego... ahora te tienes que dar un baño".