Fuga de Talentos

Después de una noche de juerga intensa, aún conservo grabados en mi cuerpo los estragos que en nombre de la diversión, sana por cierto, me permití. La música, como un eco pertinaz, permanece en mi oído, cautiva y tintineante, poniéndole ritmo a las primeras horas de este domingo. Los recuerdos, llegados de sopetón y en cantidades ingentes, pueblan inclaudicablemente cada espacio, cada rincón de mi, instantes antes, cóncava cabeza...

Acepté, por un llamado sabatino, una invitación a desayunar el domingo bien temprano. Y aplicando, literalmente, aquel viejo refrán: "A quien madruga Dios le ayuda", espero, ahora, un milagro que me abra las puertas...

La fiesta, estuvo buenísima. Momentos de alegría e instantes de penas disipados por el jolgorio y un gastado "no se va... no se va...". Una fiesta de despedida, en honor de alguien que, nos lleva la delantera, dejándonos, a los demás, sufriendo, en este valle de lágrimas... Nadie se murió. No, ¡qué bah! Pero como si así fuese. Dejando a un lado los eufemismos, diré que, Isabel se va al encuentro de una vida mejor. No puedo, por más que lo intente, desprenderme de las perífrasis. Se va, para alegría y tristeza nuestra, era algo que veíamos venir, por un ventajoso contrato laboral a México.

Isabel, es una chica brillante, una de las mejores de la U, y se va porque ama a su país. Aquí, lamentablemente, su futuro no se mostraba claro ni seguro ni entusiasmante; por lo que, haciendo de tripas al corazón, aceptó un trabajo con buen sueldo, promociones acordes a su desenvolvimiento, dentro de su especialidad y alejada de su país.

Y cuando digo que se va porque ama a su país, no lo haga con ánimo provocador que busque despertar nacionalismos intrínsecos ni patriotismos a ultranza y raja tabla sino porque tomando sus propias palabras para explicarlo, ella se va con la esperanza de volver y aplicar todo lo aprendido en su país. No me gustan las promesas hechas con un vaso de licor en una mano, una buena cantidad del mismo en el cuerpo y una lágrima en la mejilla pero..., lo que ha de ser, será.

Bailamos, bebimos, olvidamos por un instante la tristeza y los sinsabores. Me olvidé del tiempo y de muchas cosas pero no de la invitación. Aún remecida, por los tragos demás, me dirigí a casa de tía Ethelle, lugar del desayuno dominguero.

Hoy, domingo, muy de mañana. Las cuatro de la madrugada para ser exacta; un horario impertinente e inoportuno para cualquiera en sus cabales. El taxi, me dejó en la puerta de la casa del tío Gusta y de la tía Ethelle. Con la oscuridad, y el silencio en derredor, pude, recién y trasnochadamente, caer en cuento de lo temprano que era. Me quedé sentada en los escalones de la entrada en espera de un milagro y tarareando alguna melodía llegada de improviso. Bostezando y pensando estupideces, pude percibir tras la puerta el quedo gemido de "Gerald" que se animaba a instantes a rascar la puerta. Al poco rato, las luces de la sala se encendieron y pude ver, asomada a la ventana, con cara de sorpresa y de sueño interrumpido, a la tía Ethelle. Sin hacer mucho ruido entramos hasta la cocina y me ofreció algo caliente. Mientras el agua hervía nos pusimos a conversar. Le pedí las disculpas por lo temprano de la hora y sosegó mis preocupaciones con un: "No te preocupes, para que está la familia". Le conté el motivo de la fiestita y con tono displicente dijo: "Mejor que se vaya a que se quede en este país de mierda".

Era la primera vez, que de su boca, oía una "palabrota". Y me dejó algo pensativa. La tía se fue a dormir no sin antes dejar entre mis manos una taza de café bien caliente. Escuché el silencio por un buen rato. Me quite las medias y los zapatos que me apretaban atrozmente y no pude evitar sonreír al sentir lamidos en mis pies y dedos por parte del inquieto "Gerald"... Las ideas se agolparon en mi mente: ¿Irse? ¿Irme? Y una musiquilla vino a hacerme compañía: "A rodar, a rodar, a rodar la vida...".